jueves, 9 de abril de 2009

Despedida del patriota griego de la hija del apóstata de José de Espronceda

la despedida del amor
Era la noche: en la mitad del cielo
Su luz rayaba la argentada luna,
Y otra luz más amable destellaba
De sus llorosos ojos la hermosura.

Allí en la triste soledad se hallaron
Su amante y ella con mortal angustia,
Y su voz en amarga despedida
Por vez postrera la infeliz escucha.

»Determinado está; sí, mi sentencia
Para siempre selló la suerte injusta,
Y cuando allá la eternidad sombría
Este momento en sus abismos hunda,

»¡Ojalá para siempre que el olvido,
Suavizando el rigor de la fortuna,
La imagen ¡ay! de las pasadas glorias
Bajo sus alas lóbregas encubra!

»¿Por qué al nacer crüeles me arrancaron
Del seno de mi madre moribunda,
Y salvo he sido de mortales riesgos
Para vivir penando en amargura?

»¿Por qué yo fui por mi fatal destino
Unido a ti desde la tierna cuna?
¿Por qué nos hizo iguales en riqueza
Y en linaje también mi desventura?

»¿Por qué mi infancia en inocentes juegos
Brilló contigo, y con delicia mutua
Ambos tejimos el infausto lazo
Que nuestras almas míseras anuda?

»¡Ah! para siempre adiós: vano es ahora
Acariciar memorias de ventura;
Voló ya la ilusión de la esperanza,
Y es vano amar sin esperanza alguna.

»¿Qué puede el infeliz contra el destino?
¿Qué ruegos moverán, qué desventuras
El bajo pecho de tu infame padre?
Infame, sí, que al despotismo jura

»Vil sumisión, y en sórdida avaricia
Vende su patria a las riquezas turcas.
Él apellida sacrosantas leyes
El capricho de un déspota; él nos juzga

»De rebeldes doquier: su voz comprada
Culpa a su patria y al tirano adula;
Él nos ordena ante el sultán odioso
Humilde miedo y obediencia muda.

»Mas no, que el alma de la Grecia existe;
Santo furor su corazón circunda,
Que ávido se hartará de sangre hirviente,
Que nuevo ardor le infundirá y bravura.

»No ya el tirano mandará en nosotros:
Tristes rüinas, áridas llanuras,
Cadáveres no más serán su imperio,
Será solo el señor de nuestras tumbas.

»Ya osan ser libres los armados brazos
Y ya rompen la bárbara coyunda,
y con júbilo a ti, todos ¡oh muerte!
y a ti, divina libertad, saludan.

»Gritos de triunfo, sacudido el viento
hará que al éter resonando suban,
O eterna muerte cubrirá a la Grecia
En noche infanda y soledad profunda.

»Ese altivo monarca, que embriagado
Yace en perfumes y lascivia impura,
Despechado sabrá que no hay cadena
Que la mano de un libre no destruya.

»Con rabia oirá de libertad el grito
Sonar tremendo en la obstinada lucha,
Y con miedo y horror su sed de sangre
Torrentes hartarán de sangre turca.

»Y tu padre también, si ora imprudente
So el poder del Islam su patria insulta,
Pronto verá cuan formidable espada
Blande en la lid la libertad sañuda.

»Marcha y dile por mí que hay mil valientes,
Y yo uno de ellos, que animosos juran
Morir cual héroes o romper el cetro
A cuya sombra el pérfido se escuda.

»Que aunque marcados con la vil cadena,
No han sido esclavas nuestras almas nunca,
Que el heredado ardor de nuestros padres
Las hace hervir aún: que nuestra furia

»Nos labrará, lidiando, en cada golpe
Triunfo seguro o noble sepultura.
Dile que solo en baja servidumbre
Puede vivir un alma cual la suya,

»El alma de un apóstata que indigno
Llega sus labios a la mano impura,
Que de caliente sangre reteñida,
Nuevos destrozos a su patria anuncia.

»Perdóname, infeliz, si mis palabras
Rudas ofenden tu filial ternura.
Es verdad, es verdad: tu padre un tiempo
Mi amigo se llamó, y ¡ojalá nunca

»Pasado hubieran tan dichosos días!
¡Yo no llamara injusta a la fortuna!
¡Cómo entonces mi mano enjugaría
Las lágrimas que viertes de amargura!

»Tú padre ¡oh Dios! como engañoso amigo
Cuando la Grecia la servil coyunda
Intrépida rompió, cuando mi pecho
Respiraba gozoso el aura pura

»De la alma libertad, pensó el inicuo
Seducirme tal vez con tu hermosura,
Y en premio vil me prometió tu mano
Si ser secuaz de su traición inmunda,

»Y desolar mi patria le ofrecía,
¡Esclavo yo de la insolente turba
De esclavos del sultán!!! Antes el cielo
Mis yertos miembros insepultos cubra,

»Que goce yo de ignominiosa vida
Ni en el seno feliz de tu dulzura.
¡Ah! para siempre a Dios: la infausta suerte
Que el lazo rompe que las almas junta,

»Y va a arrancar tu corazón del mío,
Tan solo ahora una esperanza endulza.
Yo te hallaré donde perpetuas dichas
Las almas de los ángeles disfrutan.

»¡Ah! para siempre adiós... tente... un momento
Un beso nada más... es de amargura...
Es el último ¡oh Dios!... mi sangre hiela...
¡Ah! los martirios del infierno nunca

»Igualaron mi pena y mi agonía.
¡Terminara muerte aquí mi angustia,
Y aun muriera feliz! Mis ojos quema
Una lágrima ¡oh Dios! y tú la enjugas.

»¡Quién resistir podrá! Basta, la hora
Se acerca ya que mi partida anuncia.
¡Ojalá para siempre que el olvido,
Suavizando el rigor de la fortuna,

»La imagen ¡ay! de las pasadas glorias
Bajo sus alas lóbregas encubra!»

Dice, y se alejan. A esperar consuelo
La hija del Apóstata en la tumba;
Él batallando pereció en las lides,
Y ella víctima fue de su amargura.

El pescador de José de Espronceda

el pescador amante
Pescadorcita mía,
Desciende a la ribera,
Y escucha placentera
Mi cántico de amor;
Sentado en su barquilla,
Te canta su cuidado,
Cual nunca enamorado
Tu tierno pescador.

La noche el cielo encubre
Y acalla manso el viento,
Y el mar sin movimiento
También en calma está:
A mi batel desciende,
Mi dulce amada hermosa:
La noche tenebrosa
Tu faz alegrará.

Aquí apartados, solos,
Sin otros pescadores,
Suavísimos amores
Felice te diré,
Y en esos dulces labios
De rosas y claveles
El ámbar y las mieles
Que vierten libaré.

La mar adentro iremos,
En mi batel cantando
Al son del viento blando
Amores y placer;
Regalarete entonces
Mil varios pececillos
Que al verte, simplecillos,
De ti se harán prender.

De conchas y corales
Y nácar a tu frente
Guirnalda reluciente,
Mi bien, te ceñiré;
Y eterno amor mil veces
Jurándote, cumplida
En ti, mi dulce vida,
Mi dicha encontraré.

No el hondo mar te espante,
Ni el viento proceloso,
Que al ver tu rostro hermoso
Sus iras calmarán;
Y sílfidas y ondinas
Por reina de los mares
Con plácidos cantares
A par te aclamarán.

Ven ¡ay! a mi barquilla,
Completa mi fortuna;
Naciente ya a la luna
Refleja el ancho mar;
Sus mansas olas bate
Süave, leve brisa;
Ven ¡ay! mi dulce Elisa,
Mi pecho a consolar.

Himno al dos de mayo de Espronceda

imagen del dos de mayo
¡Oh! ¡Es el pueblo! ¡Es el pueblo! Cual las olas
del hondo mar, alboratado brama;
las esplendentes glorias españolas,
su antigua prez, su independencia aclama.

Hombres, mujeres vuelan al combate;
el volcán de sus iras estalló:
sin armas van, pero en sus pechos late
un corazón colérico español.

La frente coronada de laureles,
con el botín de la vencisa Europa,
con sangre hasta las cinchas los corceles
en cien campañas, veterana tropa,

los que el rápido Volga ensangrentaron,
los que humillaron a sus pies naciones,
sobre las pirámides pasaron
al galope veloz de sus bridones,

a eterna lucha, a desigual batalla,
Madrid provoca en su encendida ira,
su pueblo inerme allí entre la metralla
y entre los sables reluchando gira.

Graba en su frente luminosa huella
la lumbre que destella el corazón;
y a parar con sus pechos se atropella
el rayo del mortífero cañón.

¡Oh de sangre y valor glorioso día!
Mis padres cuando niño me contaron
sus hechos ¡ay! y en la memoria mía
santo recuerdo de virtud quedaron!!

"Entonces indignados, me decían,
cayó el cetro español pedazos hecho;
por precio vil a extraños nos vendían,
desde el de CARLOS profanando lecho.

La corte del monarca disoluta,
prosternada a las plantas de un privado,
sobre el seno de impura prostituta,
al trono de los reyes ensalzado.

Sobre coronas, tronos y tiaras,
su orgullo solo, y su capricho ley,
hordas, de snagre y de conquista avaras,
cada soldado un absoluto rey,

fijo en España el ojo centelleante,
el Pirene a salvar pronto el bridón,
al rey de reyes, al audaz gigante,
ciegos ensalzan, siguen en montón".

Y vosotros, ¿qué hicistéis entre tanto,
los de espíritu flaco y alta cuna?
Derramar como hembras débil llanto
o adular bajamente a la fortuna;

buscar tras la extranjera bayoneta
seguro a vuestras vidas y muralla,
y siervos viles, a la plebe inquieta,
con baja lengua apellidar canalla.

¡Canalla, sí, vosotros los traidores,
los que negáis al entusiasmo ardiente,
su gloria, y nunca vistéis los fulgores
con que ilumina la inspirada frente!

¡Canalla, sí, los que en la lid, alarde
hicieron de su infame villanía,
disfrazando su espíritu cobarde
con la sana razón segura y fría!

¡Oh! la canalla, la canalla en tanto,
arrojó el grito de venganza y guerra,
y arrebatada en su entusiasmo santo,
quebrantó las cadenas de la tierra:

Del centro de sus reyes los pedazos
del suelo ensangrentado recogía,
y un nuevo trono en sus robustos brazos
levantando a su príncipe ofrecía.

Brilla el puñal en la irritada mano,
huye el cobarde y el traidor se esconde;
truena el cañón y el grito castellano
de INDEPENDENCIA y LIBERTAD responde.

¡Héroes de mayo, levantad las frentes!
Sonó la hora y la venganza espera:
Id y hartad vuestra sed en los torrentes
de sangre de Bailén y Talavera.

Id, saludad los héroes de Gerona,
alzad con ellos el radiante vuelo,
y a los de Zaragoza alta corona
ceñid que aumente el esplendor del cielo.

Mas ¡ay! ¿por qué cuando los ojos brotan
lágrimas de entusiasmo y de alegría,
y el alma atropellados alborotan
tantos recuerdos de honra y valentía,

negra nube en el alma se levanta,
que turba y oscurece los sentidos,
fiero dolor el corazón quebrante,
y se ahoga la voz entre gemidos?

¡Oh levantad la frente carcomida,
mártires de la gloria,
que aún arde en ella y con eterna vida,
la luz de la victoria!

¡Oh levantadla del eterno sueño,
y con los huecos de los ojos fijos,
contemplad una vez con torvo ceño
la verguenza y baldón de vuestros hijos!

Quizá en vosotros, donde el fuego arde
del castellano honor, aun sobre vida
para alentar el corazón cobarde,
y abrasar esta tierra envilecida.

¡Ay! ¿Cuál fue el galardón de vuestro celo,
de tanta sangre y bárbaro quebranto,
de tan heroica lucha y tanto anhelo,
tanta virtud y sacrificio tanto?

El trono que erigió vuestra bravura,
sobre huesos de héroes cimentado,
un rey ingrato, de memoria impura,
con eterno baldón dejó manchado.

¡Ay! Para erir la libertad sagrada,
el príncipe, borrón de nuestra historia,
lamó en su auxilio la francesa espada,
que segase el laurel de vuestra gloria.

Y vuestros hijos de la muerte huyeron,
y esa sagrada tumba abandonaron,
hollarla ¡oh Dios! a los franceses vieron
y hollarla a los franceses les dejaron.

Como la mar tempestuosa ruge,
la losa al choque de los cráneos duros
tronó y se alzó con indignado empuje,
del galo audaz bajo los pies impuros.

Y aún hoy hélos allí que su semblante
con hipócrita máscara cubrieron,
y a LUIS PELIPE en muestra suplicante,
ambos brazos imbéciles tendieron.

La vil palabra ¡intervención! gritaron
y del rey mercader la reclamaban;
de vuestros timbres sin honor mofaron
mientras en su impudor se encenagaban.

Tumba vosotros sois de vuestra gloria,
de la antigua hidalguía,
del castellano honor que en la memoria
sólo nos queda hoy día.

Hoy esa raza, degradada, espuria,
pobre nación, que esclavizarte anhela,
busca también por renovar tu injuria
de extranjeros monarcas la tutela.

Verted juntando las dolientes manos
lágrimas ¡ay! que escalden la mejilla;
mares de eterno llanto, castellanos,
no bastan a borrar nuestra mancilla.

Llorad como mujeres, vuestra lengua
no osa lanzar el grito de venganza;
apáticos vivís en tanta mengua
y os cansa el brazo el peso de la lanza.

¡Oh! en el dolor inmenso que me inspira,
el pueblo entorno avergonzado calle;
y estallando las cuerdas de mi lira,
roto también, mi corazón estalle.

La desesperación de José de Espronceda

la desesperacion
Me gusta ver el cielo
con negros nubarrones
y oír los aquilones
horrísonos bramar,
me gusta ver la noche
sin luna y sin estrellas,
y sólo las centellas la tierra iluminar.

Me agrada un cementerio
de muertos bien relleno,
manando sangre y cieno
que impida el respirar,
y allí un sepulturero
de tétrica mirada
con mano despiadada
los cráneos machacar.

Me alegra ver la bomba
caer mansa del cielo,
e inmóvil en el suelo,
sin mecha al parecer,
y luego embravecida
que estalla y que se agita
y rayos mil vomita
y muertos por doquier.

Que el trueno me despierte
con su ronco estampido,
y al mundo adormecido
le haga estremecer,
que rayos cada instante
caigan sobre él sin cuento,
que se hunda el firmamento
me agrada mucho ver.

La llama de un incendio
que corra devorando
y muertos apilando
quisiera yo encender;
tostarse allí un anciano,
volverse todo tea,
y oír como chirrea
¡qué gusto!, ¡qué placer!

Me gusta una campiña
de nieve tapizada,
de flores despojada,
sin fruto, sin verdor,
ni pájaros que canten,
ni sol haya que alumbre
y sólo se vislumbre
la muerte en derredor.

Allá, en sombrío monte,
solar desmantelado,
me place en sumo grado
la luna al reflejar,
moverse las veletas
con áspero chirrido
igual al alarido
que anuncia el expirar.

Me gusta que al Averno
lleven a los mortales
y allí todos los males
les hagan padecer;
les abran las entrañas,
les rasguen los tendones,
rompan los corazones
sin de ayes caso hacer.

Insólita avenida
que inunda fértil vega,
de cumbre en cumbre llega,
y arrasa por doquier;
se lleva los ganados
y las vides sin pausa,
y estragos miles causa,
¡qué gusto!, ¡qué placer!

Las voces y las risas,
el juego, las botellas,
en torno de las bellas
alegres apurar;
y en sus lascivas bocas,
con voluptuoso halago,
un beso a cada trago
alegres estampar.

Romper después las copas,
los platos, las barajas,
y abiertas las navajas,
buscando el corazón;
oír luego los brindis
mezclados con quejidos
que lanzan los heridos
en llanto y confusión.

Me alegra oír al uno
pedir a voces vino,
mientras que su vecino
se cae en un rincón;
y que otros ya borrachos,
en trino desusado,
cantan al dios vendado
impúdica canción.

Me agradan las queridas
tendidas en los lechos,
sin chales en los pechos
y flojo el cinturón,
mostrando sus encantos,
sin orden el cabello,
al aire el muslo bello...
¡Qué gozo!, ¡qué ilusión!

Óscar y Malvina de José de Espronceda

la despedida
Imitación del estilo de Ossián
(A tale of the times of old)

LA DESPEDIDA
Magnífico Morvén, se alza tu frente
De sempiterna nieve coronada;
Al hondo valle bramador torrente
De tu cumbre enriscada
Se derrumba con ímpetu sonante,
Y zumba allá distante.
La lira de Ossián resonó un día
En tu breñosa cumbre:
Tierna melancolía
Vertió en la soledad, y repetiste
Su acento de dolor lánguido y dulce,
Como el recuerdo del amante triste
De su amada en la tumba.
El eco de su voz clamando guerra
Al rumor del torrente parecía,
Que en silencio retumba.
Aun figuro tal vez que las montañas
De nuevo esperan resonar su acento,
Cual muda la ribera
De las olas que tornan,
El ronco estruendo y el embate espera.
¿Dónde estás, Ossián? ¿En los palacios
De las nubes agitas la tormenta,
O en el collado gira allá en la noche
Vagorosa tu sombra macilenta?
Siento tierno quejido,
Y oigo el nombre de Óscar y de Malvina
Del aura entre el rüido,
Si el alta copa del ciprés inclina;
Y al resonar el hijo de la roca,
Cuando su voz se pierde
Cual la luz de la luna entre la niebla,
Mi mente se figura
Que escucho tus acentos de dulzura.
Miro el alcázar de Fingal cubierto
De innoble musgo y yerba,
Y en silencio profundo sepultado
Como la noche el mar, el viento en calma.
¿Do las armas están? ¿Dónde el sonido
Del escudo batido?
¿Do de Carril la lira delicada,
Las fiestas de las conchas y tu llanto,
Moina desconsolada?
Blando el eco repite
Segunda vez el nombre de Malvina
Y el de su dulce Óscar: tiernos se amaron,
Gime en su losa de la noche el viento,
Y repite sus nombres que pasaron.
Óscar de negros ojos, en las paces
Dulce su corazón como los rayos
Del astro bello precursor del día,
Y fiero en la batalla de la lanza,
A la suya seguía
La muerte que vibraba su pujanza.
Llamó al héroe la guerra
Que el tirano Cairvar fiero traía,
Y su Malvina hermosa
Tierno llanto vertiendo le decía:
«¿Dónde marchas, Óscar? Sobre las rocas,
Donde braman los vientos,
Me mirarán llorar mis compañeras:
No más fatigaré vibrando el arco
Por el monte las fieras,
Ni a ti cansado de la ardiente caza
Te esperaré cuidosa,
Ni oiré ya más la voz de tus amores,
Ni mi alma estará nunca gozosa.
'¿En dónde está mi Óscar?' a los guerreros
Preguntaré anhelante,
Y ellos pasando junto a mí ligeros
Responderán: '¡Murió!'». Dice, y expira
En sollozos su acento más süave
Que del arpa el sonido,
al vislumbrar la luna
En solitario bosque y escondido.
«Destierra ese temor, Malvina mía
-Óscar responde con fingido aliento-;
Muchos los héroes son que Fingal manda:
Caiga el Fiero Cairvar y yo perezca,
Si es forzoso también; mas tú, Malvina,
Bella como la edad de la inocencia,
Vive, que ya destina
Himnos el barco a eternizar mi gloria.
Mis hazañas oirás y entre las nubes
Yo sonreiré feliz, y vagaroso
Allá en la noche fría
Bajaré a tu mansión; verás mi sombra
Al triste rayo de la luna umbría».
Y dice y se desprende de los brazos
De su infeliz Malvina;
A pasos rapidísimos avanza,
Y a la llama oscilante
De las hogueras del extenso campo
Brillar se ven sus armas cual radiante,
Rápida exhalación. Yace en silencio
El campamento todo,
Y sólo al eco repetir se siente
El crujir al andar de su armadura
Y el blando susurrar del manso ambiente.
Cual por nubes la luna silenciosa
Su luz quebrada envía
Trémula sobre el mar que la retrata,
Que ora se ve brillar, ora perdida
Pardo vellón de nube la arrebata,
Cielo y tierra en tinieblas sepultando;
Así a veces Óscar brilla y se pierde,
La selva atravesando.



EL COMBATE
Cairvar yace dormido
Y tiene junto a sí lanza y escudo,
Y relumbra su yelmo
Claro a la llamarada reluciente
De un tronco carcomido,
Casi despojo de la llama ardiente,
Mitad de él a cenizas reducido.
«Levántate, Cairvar -Óscar le grita-;
Cual hórrida tormenta
Eres tú de temer, mas yo no tiemblo:
Desprecio tu arrogancia y osadía;
La lanza apresta y el escudo embraza,
Álzate pues, que Óscar te desafía.»
Cual en noche serena
Súbito amenazante, inmensa nube
La turbulenta mar de espanto llena,
Se levanta Cairvar, alto cual roca
De endurecido hielo.
«¿Quién osa del valiente
-En voz tronante grita-
Ora turbar el sueño, y quién irrita
La cólera a Cairvar armipotente?»
«Vigoroso es tu brazo en la pelea,
Rey de la mar de aurirrolladas olas
-Óscar de negros ojos le responde-,
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Hará ceder tu indómita pujanza.»
Como el furor del viento proceloso
Ondas con ondas con bramido horrendo
Estrella impetuoso,
Los guerreros ardiendo se arremeten
Y fieros se acometen.
Chispea el hierro, la armadura suena:
Al rumor de los golpes gime el viento,
Y su son, dilatándose violento,
Al ronco monte atruena.
Cayó Cairvar como robusto tronco
Que tumba el leñador al golpe rudo
De hendiente hacha pesada,
Y cayó derribada
Su soberbia fiereza,
Y su insolente orgullo y aspereza.
Mas ¡ay! que moribundo
Óscar yace también: ¡triste Malvina!
Aún no los bellos ojos apartaste
Del bosque aquel que le ocultó a tu vista,
Y del último adiós aún no enjugaste
Las lágrimas hermosas,
Tú más dulce a tu Óscar que las sabrosas
Auras de la mañana,
Siempre sola estarás; si entre las selvas
Pirámide de hielo
Reverbera a la luna,
En tu ilusión dichosa
Figurarás tu amante,
Pensando ver su cota fulgurosa;
Pasará tu delirio
Y verterás al llanto de amargura
Sola y desconsolada...
«¡Ay! ¡Óscar pereció!», gemirá el viento
Al romper la alborada,
Y al ocultar el sol la sombra oscura
De la noche callada.

Serenata de José de Espronceda

serenata amorosa en la noche
Delio a las rejas de Elisa
Le canta en noche serena
Sus amores.

Raya la luna, y la brisa
Al pasar plácida suena
Por las flores.

Y al eco que va formando
El arroyuelo saltando
Tan sonoro,

Le dice Delio a su hermosa
En cantilena amorosa:
«Yo te adoro».

En el regazo adormida
Del blando sueño, presentes
Mil delicias,

En tu ilusión embebida,
Feliz te finges, y sientes
Mis caricias.

Y en la noche silenciosa
Por la pradera espaciosa
Blando coro

Forman, diciendo a mi acento,
El arroyuelo y el viento:
«Yo te adoro».

En derredor de tu frente
Leve soplo vuela apenas
Muy callado,

Y allí esparcido se siente
Dulce aroma de azucenas
Regalado,

Que en fragancia deleitosa
Vuela también a la diosa
Que enamoro,

El eco grato que suena
Oyendo mi cantilena:
«Yo te adoro».

Del fondo del pecho mío
Vuela a ti suspiro tierno
con mi acento;

En él, mi Elisa, te envío
El fuego de amor eterno,
Que yo siento.

Por él, mi adorada hermosa,
Por esos labios de rosa
De ti imploro

Que le escuches con ternura,
Y le oirás cómo murmura:
«Yo te adoro».

Despierta y el lecho deja:
No prive el sueño tirano
De tu risa

A Delio, que está a tu reja,
Y espera ansioso tu mano,
Bella Elisa.

Despierta, que ya pasaron
Las horas que nos costaron
Tanto lloro;

Sal, que gentil enramada
Dice a tu puerta enlazada:
«Yo te adoro».

Poema - A la noche de José de Espronceda

noche estrellada
Salve, oh tú, noche serena,
Que al mundo velas augusta,
Y los pesares de un triste
Con tu oscuridad endulzas.

El arroyuelo a lo lejos
Más acallado murmura,
Y entre las ramas el aura
Eco armonioso susurra.

Se cubre el monte de sombras
Que las praderas anublan,
Y las estrellas apenas
Con trémula luz alumbran.

Melancólico rüido
Del mar las olas murmuran,
Y fatuos, rápidos fuegos
Entre sus aguas fluctúan.

El majestüoso río
Sus claras ondas enluta,
Y los colores del campo
Se ven en sombra confusa.

Al aprisco sus ovejas
Lleva el pastor con presura,
Y el labrador impaciente
Los pesados bueyes punza.

En sus hogares le esperan
Su esposa y prole robusta,
Parca cena, preparada
Sin sobresalto ni angustia.

Todos süave reposo
En tu calma, ¡oh noche!, buscan,
Y aun las lágrimas tus sueños
Al desventurado enjugan.
¡Oh qué silencio! ¡Oh qué grata
Oscuridad y tristura!
¡Cómo el alma contemplaros
En sí recogida gusta!

Del mustio agorero búho
El ronco graznar se escucha,
Que el magnífico reposo
Interrumpe de las tumbas.

Allá en la elevada torre
Lánguida lámpara alumbra,
Y en derredor negras sombras,
Agitándose, circulan.

Mas ya el pértigo de plata
Muestra naciente la luna,
Y las cimas del otero
De cándida luz inunda.

Con majestad se adelanta
Y las estrellas ofusca,
Y el azul del alto cielo
Reverbera en lumbre pura.

Deslízase manso el río
Y su luz trémula ondula
En sus aguas retratada,
Que, terso espejo, relumbran.

Al blando batir del remo
Dulces cantares se escuchan
Del pescador, y su barco
Al plácido rayo cruza.

El ruiseñor a su esposa
Con vario cántico arrulla,
Y en la calma de los bosques
Dice él solo sus ternuras.

Tal vez de algún caserío
Se ve subir en confusas
Ondas el humo, y por ellas
Entreclarear la luna.

Por el espeso ramaje
Penetrar sus rayos dudan,
Y las hojas que los quiebran,
Hacen que tímidos luzcan.

Ora la brisa süave
Entre las flores susurra,
Y de sus gratos aromas
El ancho campo perfuma.

Ora acaso en la montaña
Eco sonoro modula
Algún lánguido sonido,
Que otro a imitar se apresura.

Silencio, plácida calma
A algún murmullo se juntan
Tal vez, haciendo más grata
La faz de la noche augusta.

¡Oh! salve, amiga del triste,
Con blando bálsamo endulza
Los pesares de mi pecho,
Que en ti su consuelo buscan.

Poema - A *** dedicándole estas poesías de José de Espronceda

rosa flor marchita
Marchitas ya las juveniles flores,
Nublado el sol de la esperanza mía,
Hora tras hora cuento y mi agonía
Crecen y mi ansiedad y mis dolores.

Sobre terso cristal ricos colores,
Pinta alegre tal vez mi fantasía,
Cuando la triste realidad sombría
Mancha el cristal y empaña sus fulgores.

Los ojos vuelvo en incesante anhelo,
Y gira entorno indiferente el mundo,
Y entorno gira indiferente el cielo.

A ti las quejas de mi mal profundo,
Hermosa sin ventura, yo te envío:
Mis versos son tu corazón y el mío.

A UN RUISEÑOR de José de Espronceda

ruisenor que canta
Canta en la noche, canta en la mañana,
ruiseñor, en el bosque tus amores;
canta, que llorará cuando tú llores
el alba perlas en la flor temprana.

Teñido el cielo de amaranta y grana,
la brisa de la tarde entre las flores
suspirará también a los rigores
de tu amor triste y tu esperanza vana.

Y en la noche serena, al puro rayo
de la callada luna, tus cantares
los ecos sonarán del bosque umbrío.

Y vertiendo dulcísimo desmayo,
cual bálsamo süave en mis pesares,
endulzará tu acento el labio mío.

Canción del pirata de José de Espronceda

temible barco pirata
Con diez cañones por banda,
viento en popa a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín;

bajel pirata que llaman,
por su bravura, el Temido,
en todo mar conocido
del uno al otro confín.

La luna en el mar riela,
en la lona gime el viento
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;

y va el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Estambul;

—«Navega velero mío,
sin temor,
que ni enemigo navío,
ni tormenta, ni bonanza,
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.


»Veinte presas
hemos hecho
a despecho,
del inglés,

»y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.

»Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar.

»Allá muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra,
que yo tengo aquí por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.


»Y no hay playa
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,

»que no sienta
mi derecho
y dé pecho
a mi valor.

»Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar.

»A la voz de ¡barco viene!
es de ver
cómo vira y se previene
a todo trapo a escapar:
que yo soy el rey del mar,
y mi furia es de temer.


»En las presas
yo divido
lo cogido
por igual:

»sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival.

»Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar.

»¡Sentenciado estoy a muerte!;
yo me río;
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena,
colgaré de alguna entena
quizá en su propio navío.


»Y si caigo
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di,

»cuando el yugo
de un esclavo
como un bravo
sacudí.

»Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar.

»Son mi música mejor
aquilones
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos,
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.


»Y del trueno
al son violento,
y del viento
al rebramar,

»yo me duermo
sosegado
arrullado
por el mar.

»Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar».

A la Patria de José de Espronceda

¡Cuán solitaria la nación que un día
poblara inmensa gente!
¡La nación cuyo imperio se extendía
del Ocaso al Oriente!
Lágrimas viertes, infeliz ahora,
soberana del mundo,
¡y nadie de tu faz encantadora
borra el dolor profundo!
Oscuridad y luto tenebroso
en ti vertió la muerte,
y en su furor el déspota sañoso
se complació en tu suerte.
No perdonó lo hermoso, patria mía;
cayó el joven guerrero,
cayó el anciano, y la segur impía
manejó placentero.
So la rabia cayó la virgen pura
del déspota sombrío,
como eclipsa la rosa su hermosura
en el sol del estío.
¡Oh vosotros, del mundo, habitadores!,
contemplad mi tormento:
¿Igualarse podrán ¡ah!, qué dolores
al dolor que yo siento?
Yo desterrado de la patria mía,
de una patria que adoro,
perdida miro su primer valía,
y sus desgracias lloro.
Hijos espurios y el fatal tirano
sus hijos han perdido,
y en campo de dolor su fértil llano
tienen ¡ay!, convertido.
Tendió sus brazos la agitada España,
sus hijos implorando;
sus hijos fueron, mas traidora saña
desbarató su bando.
¿Qué se hicieron tus muros torreados?
¡Oh mi patria querida!
¿Dónde fueron tus héroes esforzados,
tu espada no vencida?
¡Ay!, de tus hijos en la humilde frente
está el rubor grabado:
a sus ojos caídos tristemente
el llanto está agolpado.
Un tiempo España fue: cien héroes fueron
en tiempos de ventura,
y las naciones tímidas la vieron
vistosa en hermosura.
Cual cedro que en el Líbano se ostenta,
su frente se elevaba;
como el trueno a la virgen amedrenta,
su voz las aterraba.
Mas ora, como piedra en el desierto,
yaces desamparada,
y el justo desgraciado vaga incierto
allá en tierra apartada.
Cubren su antigua pompa y poderío
pobre yerba y arena,
y el enemigo que tembló a su brío
burla y goza en su pena.
Vírgenes, destrenzad la cabellera
y dadla al vago viento:
acompañad con arpa lastimera
mi lúgubre lamento.
Desterrados ¡oh Dios!, de nuestros lares,
lloremos duelo tanto:
¿quién calmará ¡oh España!, tus pesares?,
¿quién secará tu llanto?

CANCIÓN DE LA MUERTE de José de Espronceda

el jinete de la MUERTE
Débil mortal no te asuste
mi oscuridad ni mi nombre;
en mi seno encuentra el hombre
un término a su pesar.
Yo, compasiva, te ofrezco
lejos del mundo un asilo,
donde a mi sombra tranquilo
para siempre duerma en paz.

Isla yo soy del reposo
en medio el mar de la vida,
y el marinero allí olvida
la tormenta que pasó;
allí convidan al sueño
aguas puras sin murmullo,
allí se duerme al arrullo
de una brisa sin rumor.

Soy melancólico sauce
que su ramaje doliente
inclina sobre la frente
que arrugara el padecer,
y aduerme al hombre, y sus sienes
con fresco jugo rocía
mientras el ala sombría
bate el olvido sobre él.

Soy la virgen misteriosa
de los últimos amores,
y ofrezco un lecho de flores,
sin espina ni dolor,
y amante doy mi cariño
sin vanidad ni falsía;
no doy placer ni alegría,
más es eterno mi amor.

En mi la ciencia enmudece,
en mi concluye la duda
y árida, clara, desnuda,
enseño yo la verdad;
y de la vida y la muerte
al sabio muestro el arcano
cuando al fin abre mi mano
la puerta a la eternidad.

Ven y tu ardiente cabeza
entre mis manos reposa;
tu sueño, madre amorosa;
eterno regalaré;
ven y yace para siempre
en blanca cama mullida,
donde el silencio convida
al reposo y al no ser.

Deja que inquieten al hombre
que loco al mundo se lanza;
mentiras de la esperanza,
recuerdos del bien que huyó;
mentiras son sus amores,
mentiras son sus victorias,
y son mentiras sus glorias,
y mentira su ilusión.

Cierre mi mano piadosa
tus ojos al blanco sueño,
y empape suave beleño
tus lágrimas de dolor.
Yo calmaré tu quebranto
y tus dolientes gemidos,
apagando los latidos
de tu herido corazón.

EL VERDUGO de José de Espronceda

verdugo de hombres

De los hombres lanzado al desprecio,
de su crimen la víctima fui,
y se evitan de odiarse a sí mismos,
fulminando sus odios en mí.
Y su rencor
al poner en mi mano, me hicieron
su vengador;
y se dijeron
«Que nuestra vergüenza común caiga en él;
se marque en su frente nuestra maldición;
su pan amasado con sangre y con hiel,
su escudo con armas de eterno baldón
sean la herencia
que legue al hijo,
el que maldijo
la sociedad.»
¡Y de mí huyeron,
de sus culpas el manto me echaron,
y mi llanto y mi voz escucharon
sin piedad!

Al que a muerte condena le ensalzan...
¿Quién al hombre del hombre hizo juez?
¿Que no es hombre ni siente el verdugo
imaginan los hombres tal vez?
¡Y ellos no ven
Que yo soy de la imagen divina
copia también!
Y cual dañina
fiera a que arrojan un triste animal
que ya entre sus dientes se siente crujir,
así a mí, instrumento del genio del mal,
me arrojan el hombre que traen a morir.
Y ellos son justos,
yo soy maldito;
yo sin delito
soy criminal:
mirad al hombre
que me paga una muerte; el dinero
me echa al suelo con rostro altanero,
¡a mí, su igual!

El tormento que quiebra los huesos
y del reo el histérico ¡ay!,
y el crujir de los nervios rompidos
bajo el golpe del hacha que cae,
son mi placer.
Y al rumor que en las piedras rodando
hace, al caer,
del triste saltando
la hirviente cabeza de sangre en un mar,
allí entre el bullicio del pueblo feroz
mi frente serena contemplan brillar,
tremenda, radiante con júbilo atroz
que de los hombres
en mí respira
toda la ira,
todo el rencor:
que a mí pasaron
la crueldad de sus almas impía,
y al cumplir su venganza y la mía
gozo en mi horror.

Ya más alto que el grande que altivo
con sus plantas hollara la ley
al verdugo los pueblos miraron,
y mecido en los hombros de un rey:
y en él se hartó,
embriagado de gozo aquel día
cuando espiró;
y su alegría
su esposa y sus hijos pudieron notar,
que en vez de la densa tiniebla de horror,
miraron la risa su labio amargar,
lanzando sus ojos fatal resplandor.
Que el verdugo
con su encono
sobre el trono
se asentó:
y aquel pueblo
que tan alto le alzara bramando,
otro rey de venganzas, temblando,
en él miró.

En mí vive la historia del mundo
que el destino con sangre escribió,
y en sus páginas rojas Dios mismo
mi figura imponente grabó.
La eternidad
ha tragado cien siglos y ciento,
y la maldad
su monumento
en mí todavía contempla existir;
y en vano es que el hombre do brota la luz
con viento de orgullo pretenda subir:
¡preside el verdugo los siglos aún!
Y cada gota
que me ensangrienta,
del hombre ostenta
un crimen más.
Y yo aún existo,
fiel recuerdo de edades pasadas,
a quien siguen cien sombras airadas
siempre detrás.

¡Oh! ¿por qué te ha engendrado el verdugo,
tú, hijo mío, tan puro y gentil?
En tu boca la gracia de un ángel
presta gracia a tu risa infantil.
!Ay!, tu candor,
tu inocencia, tu dulce hermosura
me inspira horror.
¡Oh!, ¿tu ternura,
mujer, a qué gastas con ese infeliz?
¡Oh!, muéstrate madre piadosa con él;
ahógale y piensa será así feliz.
¿Qué importa que el mundo te llame cruel?
¿mi vil oficio
querrás que siga,
que te maldiga
tal vez querrás?
¡Piensa que un día
al que hoy miras jugar inocente,
maldecido cual yo y delincuente
también verás!

Poema - A la muerte de Torrijos y de sus compañeros de José de Espronceda

Helos allí: junto a la mar bravía
cadáveres están, ¡ay!, los que fueron
honra del libre, y con su muerte dieron
almas al cielo, a España nombradía.

Ansia de patria y libertad henchía
sus nobles pechos que jamás temieron,
y las costas de Málaga los vieron
cual sol de gloria en desdichado día.

Españoles, llorad; mas vuestro llanto
lágrimas de dolor y sangre sean,
sangre que ahogue a siervos y opresores,

Y los viles tiranos, con espanto,
siempre delante amenazando vean
alzarse sus espectros vengadores.

Poema El Canto del Cosaco de José de Espronceda

fieros cosacos rusos
Donde sienta mi caballo los pies
no vuelve a nacer la hierba.

Palabras de Atila

CORO

¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra!
La Europa os brinda espléndido botín:
sangrienta charca sus campiñas sean,
de los grajos su ejército festín.

¡Hurra! ¡a caballo, hijos de la niebla!
Suelta la rienda, a combatir volad:
¿veis esas tierras fértiles?, las puebla
gente opulenta, afeminada ya.

Casas, palacios, campos y jardines,
todo es hermoso y refulgente allí:
son sus hembras celestes serafines,
su sol alumbra un cielo de zafir.
¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra!
La Europa os brinda espléndido botín:
sangrienta charca sus campiñas sean,
de los grajos su ejército festín.

Nuestros sean su oro y sus placeres,
gocemos de ese campo y ese sol;
son sus soldados menos que mujeres,
sus reyes viles mercaderes son.
Vedlos huir para esconder su oro,
vedlos cobardes lágrimas verter...
¡Hurra! volad: sus cuerpos, su tesoro
huellen nuestros caballos con sus pies.
¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra!
La Europa os brinda espléndido botín:
sangrienta charca sus campiñas sean,
de los grajos su ejército festín.

Dictará allí nuestro capricho leyes,
nuestras casas alcázares serán,
los cetros y coronas de los reyes
cual juguetes de niños rodarán.
¡Hurra! ¡volad! a hartar nuestros deseos:
las más hermosas nos darán su amor,
y no hallarán nuestros semblantes feos,
que siempre brilla hermoso el vencedor.
¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra!
La Europa os brinda espléndido botín:
sangrienta charca sus campiñas sean,
de los grajos su ejército festín.

Desgarraremos la vencida Europa
cual tigres que devoran su ración;
en sangre empaparemos nuestra ropa
cual rojo manto de imperial señor.
Nuestros nobles caballos relinchando
regias habitaciones morarán;
cien esclavos, sus frentes inclinando,
al mover nuestros ojos temblarán.
¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra!
La Europa os brinda espléndido botín:
sangrienta charca sus campiñas sean,
de los grajos su ejército festín.

Venid, volad, guerreros del desierto,
como nubes en negra confusión,
todos suelto el bridón, el ojo incierto,
todos atropellándose en montón.
Id en la espesa niebla confundidos,
cual tromba que arrebata el huracán,
cual témpanos de hielo endurecidos
por entre rocas despeñados van.
¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra!
La Europa os brinda espléndido botín:
sangrienta charca sus campiñas sean,
de los grajos su ejército festín.

Nuestros padres un tiempo caminaron
hasta llegar a una imperial ciudad;
un sol más puro es fama que encontraron,
y palacios de oro y de cristal.
Vadearon el Tibre sus bridones,
yerta a sus pies la tierra enmudeció;
su sueño con fantásticas canciones
la fada de los triunfos arrulló.
¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra!
La Europa os brinda espléndido botín:
sangrienta charca sus campiñas sean,
de los grajos su ejército festín.

¡Qué! ¿No sentís la lanza estremecerse,
hambrienta en vuestras manos de matar?
¿No veis entre la niebla aparecerse
visiones mil que el parabién nos dan?
Escudo de esas míseras naciones
era ese muro que abatido fue;
la gloria de Polonia y sus blasones
en humo y sangre convertidos ved.
¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra!
La Europa os brinda espléndido botín:
sangrienta charca sus campiñas sean,
de los grajos su ejército festín.

¿Quién en dolor trocó sus alegrías?
¿Quién sus hijos triunfante encadenó?
¿Quién puso fin a sus gloriosos días?
¿Quién en su propia sangre los ahogó?
¡Hurra, cosacos! ¡gloria al más valiente!
Esos hombres de Europa nos verán:
¡Hurra! nuestros caballos en su frente
hondas sus herraduras marcarán.
¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra!
La Europa os brinda espléndido botín:
sangrienta charca sus campiñas sean,
de los grajos su ejército festín.

A cada bote de la lanza ruda,
a cada escape en la abrasada lid,
la sangrienta ración de carne cruda
bajo la silla sentiréis hervir.
Y allá después en templos suntüosos,
sirviéndonos de mesa algún altar,
nuestra sed calmarán vinos sabrosos,
hartará nuestra hambre blanco pan.
¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra!
La Europa os brinda espléndido botín:
sangrienta charca sus campiñas sean,
de los grajos su ejército festín.

Y nuestras madres nos verán triunfantes,
y a esa caduca Europa a nuestros pies,
y acudirán de gozo palpitantes
en cada hijo a contemplar un rey.
Nuestros hijos sabrán nuestras acciones,
las coronas de Europa heredarán,
y a conquistar también otras regiones
el caballo y la lanza aprestarán.
¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra!
La Europa os brinda espléndido botín:
sangrienta charca sus campiñas sean,
de los grajos su ejército festín.

Poema El Mendigo de José de Espronceda

la limosna del MENDIGO

Mío es el mundo: como el aire libre,
otros trabajan porque coma yo;
todos se ablandan si doliente pido
una limosna por amor de Dios.

El palacio, la cabaña
son mi asilo,
si del ábrego el furor
troncha el roble en la montaña,
o que inunda la campaña
El torrente asolador.

Y a la hoguera
me hacen lado
los pastores
con amor.
Y sin pena
y descuidado
de su cena
ceno yo,
o en la rica
chimenea,
que recrea
con su olor,
me regalo
codicioso
del banquete
suntüoso
con las sobras
de un señor.

Y me digo: el viento brama,
caiga furioso turbión;
que al son que cruje de la seca leña,
libre me duermo sin rencor ni amor.
Mío es el mundo como el aire libre...

Todos son mis bienhechores,
y por todos
a Dios ruego con fervor;
de villanos y señores
yo recibo los favores
sin estima y sin amor.

Ni pregunto
quiénes sean,
ni me obligo
a agradecer;
que mis rezos
si desean,
dar limosna
es un deber.
Y es pecado
la riqueza:
la pobreza
santidad:
Dios a veces
es mendigo,
y al avaro
da castigo,
que le niegue
caridad.

Yo soy pobre y se lastiman
todos al verme plañir,
sin ver son mías sus riquezas todas,
qué mina inagotable es el pedir.
Mío es el mundo: como el aire libre...

Mal revuelto y andrajoso,
entre harapos
del lujo sátira soy,
y con mi aspecto asqueroso
me vengo del poderoso,
y a donde va, tras él voy.

Y a la hermosa
que respira
cien perfumes,
gala, amor,
la persigo
hasta que mira,
y me gozo
cuando aspira
mi punzante
mal olor.
Y las fiestas
y el contento
con mi acento
turbo yo,
y en la bulla
y la alegría
interrumpen
la armonía
mis harapos
y mi voz:

Mostrando cuán cerca habitan
el gozo y el padecer,
que no hay placer sin lágrimas, ni pena
que no traspire en medio del placer.
Mío es el mundo; como el aire libre...

Y para mí no hay mañana,
ni hay ayer;
olvido el bien como el mal,
nada me aflige ni afana;
me es igual para mañana
un palacio, un hospital.

Vivo ajeno
de memorias,
de cuidados
libre estoy;
busquen otros
oro y glorias,
yo no pienso
sino en hoy.
Y do quiera
vayan leyes,
quiten reyes,
reyes den;
yo soy pobre,
y al mendigo,
por el miedo
del castigo,
todos hacen
siempre bien.

Y un asilo donde quiera
y un lecho en el hospital
siempre hallaré, y un hoyo donde caiga
mi cuerpo miserable al espirar.

Mío es el mundo: como el aire libre,
otros trabajan porque coma yo;
todos se ablandan, si doliente pido
una limosna por amor de Dios.

OCTAVA REAL de José de Espronceda

El estandarte ved que en Ceriñola
el gran Gonzalo desplegó triunfante,
la noble enseña ilustre y española
que al indio domeñó y al mar de Atlante;
regio pendón que al aire se tremola,
don de CRISTINA, enseña relumbrante,
verla podremos en la lid reñida
rasgada sí, pero jamás vencida.

Poema - ¡GUERRA! de José de Espronceda

la terrible guerra
¿Oís?, es el cañón. Mi pecho hirviendo
el cántico de guerra entonará,
y al eco ronco del cañón venciendo,
la lira del poeta sonará.

El pueblo ved que la orgullosa frente
levanta ya del polvo en que yacía,
arrogante en valor, omnipotente,
terror de la insolente tiranía.
Rumor de voces siento,
y al aire miro deslumbrar espadas,
y desplegar banderas;
y retumban al son las escarpadas
rocas del Pirineo;
y retiemblan los muros
de la opulenta Cádiz, y el deseo
crece en los pechos de vencer lidiando;
brilla en los rostros* el marcial contento,
y dondequiera generoso acento
se alza de PATRIA y LIBERTAD tronando.

Al grito de la patria
volemos, compañeros,
blandamos los aceros
que intrépida nos da.
A par en nuestros brazos
ufanos la ensalcemos
y al mundo proclamemos:
"España es libre ya".
¡Mirad, mirad en sangre,
y lágrimas teñidos
reír los forajidos,
gozar en su dolor!
¡Oh!, fin tan sólo ponga
su muerte a la contienda,
y cada golpe encienda
aún más nuestro rencor.
¡Oh siempre dulce patria
al alma generosa!
¡Oh siempre portentosa
magia de libertad!
Tus ínclitos pendones
que el español tremola,
un rayo tornasola
del iris de la paz.
En medio del estruendo
del bronce pavoroso,
tu grito prodigioso
se escucha resonar.
Tu grito que las almas
inunda de alegría,
tu nombre que a esa impía
caterva hace temblar.
¿Quién hay ¡oh compañeros!,
que al bélico redoble
no sienta el pecho noble
con júbilo latir?
Mirad centelleantes
cual nuncios ya de gloria,
reflejos de victoria
las armas despedir.

¡Al arma!, ¡al arma!, ¡mueran los carlistas!
Y al mar se lancen con bramido horrendo
de la infiel sangre caudalosos ríos,
y atónito contemple el océano
sus olas combatidas
con la traidora sangre enrojecidas.

Truene el cañón: el cántico de guerra,
pueblos ya libres, con placer alzad:
ved, ya desciende a la oprimida tierra,
los hierros a romper, la libertad.

EL SOL HIMNO de José de Espronceda

el SOL de vida
Para y óyeme ¡oh sol! yo te saludo
y extático ante ti me atrevo a hablarte:
ardiente como tú mi fantasía,
arrebatada en ansia de admirarte
intrépidas a ti sus alas guía.
¡Ojalá que mi acento poderoso,
sublime resonando,
del trueno pavoroso
la temerosa voz sobrepujando,
¡oh sol! a ti llegara
y en medio de tu curso te parara!
¡Ah! Si la llama que mi mente alumbra
diera también su ardor a mis sentidos;
al rayo vencedor que los deslumbra,
los anhelantes ojos alzaría,
y en tu semblante fúlgido atrevidos,
mirando sin cesar, los fijaría.
¡Cuánto siempre te amé, sol refulgente!
¡Con qué sencillo anhelo,
siendo niño inocente,
seguirte ansiaba en el tendido cielo,
y extático te vía
y en contemplar tu luz me embebecía!
De los dorados límites de Oriente
que ciñe el rico en perlas Oceano,
al término sombroso de Occidente,
las orlas de tu ardiente vestidura
tiendes en pompa, augusto soberano,
y el mundo bañas en tu lumbre pura,
vívido lanzas de tu frente el día,
y, alma y vida del mundo,
tu disco en paz majestuoso envía
plácido ardor fecundo,
y te elevas triunfante,
corona de los orbes centellante.
Tranquilo subes del cénit dorado
al regio trono en la mitad del cielo,
de vivas llamas y esplendor ornado,
y reprimes tu vuelo:
y desde allí tu fúlgida carrera
rápido precipitas,
y tu rica encendida cabellera
en el seno del mar trémula agitas,
y tu esplendor se oculta,
y el ya pasado día
con otros mil la eternidad sepulta.
¡Cuántos siglos sin fin, cuántos has visto
en su abismo insondable desplomarse!
¡Cuánta pompa, grandeza y poderío
de imperios populosos disiparse!
¿Qué fueron ante ti? Del bosque umbrío
secas y leves hojas desprendidas,
que en círculos se mecen,
y al furor de Aquilón desaparecen.
Libre tú de la cólera divina,
viste anegarse el universo entero,
cuando las hojas por Jehová lanzadas,
impelidas del brazo justiciero
y a mares por los vientos despeñadas,
bramó la tempestad; retumbó en torno
el ronco trueno y con temblor crujieron
los ejes de diamante de la tierra;
montes y campos fueron
alborotado mar, tumba del hombre.
Se estremeció el profundo;
y entonces tú, como señor del mundo,
sobre la tempestad tu trono alzabas,
vestido de tinieblas,
y tu faz engreías,
y a otros mundos en paz resplandecías,
y otra vez nuevos siglos
viste llegar, huir, desvanecerse
en remolino eterno, cual las olas
llegan, se agolpan y huyen de Oceano,
y tornan otra vez a sucederse;
mientras inmutable tú, solo y radiante
¡oh sol! siempre te elevas,
y edades mil y mil huellas triunfante.
¿Y habrás de ser eterno, inextinguible,
sin que nunca jamás tu inmensa hoguera
pierda su resplandor, siempre incansable,
audaz siguiendo tu inmortal carrera,
hundirse las edades contemplando
y solo, eterno, perenal, sublime,
monarca poderoso, dominando?
No; que también la muerte,
si de lejos te sigue,
no menos anhelante te persigue.
¿Quién sabe si tal vez pobre destello
eres tú de otro sol que otro universo
mayor que el nuestro un día
con doble resplandor esclarecía!!!
Goza tu juventud y tu hermosura,
¡oh sol!, que cuando el pavoroso día
llegue que el orbe estalle y se desprenda
de la potente mano
del Padre soberano,
y allá a la eternidad también descienda,
deshecho en mil pedazos, destrozado
y en piélagos de fuego
envuelto para siempre y sepultado;
de cien tormentas al horrible estruendo,
en tinieblas sin fin tu llama pura
entonces morirá. noche sombría
cubrirá eterna la celeste cumbre:
ni aun quedará reliquia de tu lumbre!!!

El Reo de Muerte de José de Espronceda

Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!!!

I

Reclinado sobre el suelo
con lenta amarga agonía,
pensando en el triste día
que pronto amanecerá;
en silencio gime el reo
y el fatal momento espera
en que el sol por vez postrera
en su frente lucirá.

Un altar y un crucifijo
y la enlutada capilla,
lánguida vela amarilla
tiñe en su luz funeral,
y junto al mísero reo,
medio encubierto el semblante
se oye al fraile agonizante
en son confuso rezar.

El rostro levanta el triste
y alza los ojos al cielo,
tal vez eleva en su duelo
la súplica de piedad.
¡Una lágrima! ¿es acaso
de temor o de amargura?
¡Ay! a aumentar su tristura
vino un recuerdo quizá!!!

Es un joven, y la vida
llena de sueños de oro,
pasó ya, cuando aún el lloro
de la niñez no enjugó
el recuerdo es de la infancia,
¡y su madre que le llora,
para morir así ahora
con tanto amor le crió!

Y a par que sin esperanza
ve ya la muerte en acecho,
su corazón en su pecho
siente con fuerza latir;
al tiempo que mira al fraile
que en paz ya duerme a su lado,
y que, ya viejo y postrado
le habrá de sobrevivir.

¿Mas qué rumor a deshora
rompe el silencio? Resuena
una alegre cantilena
y una guitarra a la par,
y de gritos y botellas
que se chocan el sonido,
y el amoroso estallido
de los besos y el danzar.
Y también pronto en son triste
lúgubre voz sonará:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!

Y la voz de los borrachos,
y sus brindis, sus quimeras,
y el cantar de las rameras,
y el desorden bacanal
en la lúgubre capilla
penetran, y carcajadas,
cual de lejos arrojadas
de la mansión infemal.
Y también pronto en son triste
lúgubre voz sonará:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!

¡Maldición! al eco infausto,
el sentenciado maldijo
la madre que como a hijo
a sus pechos le crió;
y maldijo el mundo todo,
maldijo su suerte impía,
maldijo el aciago día
y la hora en que nació.

II

Serena la luna
alumbra en el cielo,
domina en el suelo
profunda quietud;
ni voces se escuchan,
ni ronco ladrido,
ni tierno quejido
de amante laúd.

Madrid yace envuelto en sueño,
todo al silencio convida,
y el hombre duerme y no cuida
del hombre que va a espirar;
si tal vez piensa en mañana,
ni una vez piensa siquiera
en el mísero que espera
para morir, despertar:
que sin pena ni cuidado
los hombres oyen gritar:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!

¡Y el juez también en su lecho
duerme en paz! ¡y su dinero
el verdugo, placentero,
entre sueños cuenta ya!
tan sólo rompe el silencio
en la sangrienta plazuela
el hombre del mal que vela
un cadalso a levantar.

* * *

Loca y confusa la encendida mente,
sueños de angustia y fiebre y devaneo,
el alma envuelven del confuso reo,
que inclina al pecho la abatida frente.

Y en sueños
confunde
la muerte,
la vida:
recuerda
y olvida,
suspira,
respira
con hórrido afán.

Y en un mundo de tinieblas
vaga y siente miedo y frío,
y en su horrible desvarío
palpa en su cuello el dogal:
y cuanto más forcejea,
cuanto más lucha y porfía,
tanto más en su agonía
aprieta el nudo fatal.
Y oye ruido, voces, gentes,
y aquella voz que dirá:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!

O ya libre se contempla,
y el aire puro respira,
y oye de amor que suspira
la mujer que a un tiempo amó,
bella y dulce cual solía,
tierna flor de primavera,
el amor de la pradera
que el abril galán mimó.

Y gozoso a verla vuela,
y alcanzarla intenta en vano,
que al tender la ansiosa mano
su esperanza a realizar,
su ilusión la desvanece
de repente el sueño impío,
y halla un cuerpo mudo y frío
y un cadalso en su lugar:
y oye a su lado en son triste
lúgubre voz resonar:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!

A... MADRIGAL de José de Espronceda

A...
MADRIGAL

Son tus labios un rubí
partido por gala en dos,
arrancado para ti
de la corona de un dios.

Soneto de José de Espronceda

bella olorosa ROSA
Fresca, lozana, pura y olorosa,
gala y adorno del pensil florido,
gallarda puesta sobre el ramo erguido,
fragancia esparce la naciente rosa.

Mas si el ardiente sol lumbre enojosa
vibra, del can en llamas encendido,
el dulce aroma y el color perdido,
sus hojas lleva el aura presurosa.

Así brilló un momento mi ventura
en alas del amor, y hermosa nube
fingí tal vez de gloria y de alegría.

Mas, ay, que el bien trocóse en amargura,
y deshojada por los aires sube
la dulce flor de la esperanza mía.

Poema - La Cautiva de José de Espronceda

la cautiva
Ya el sol esconde sus rayos,
el mundo en sombras se vela,
el ave a su nido vuela.
Busca asilo el trovador.

Todo calla: en pobre cama
duerme el pastor venturoso:
en su lecho suntüoso
se agita insomme el señor.

Se agita; mas ¡ay! reposa
al fin en su patrio suelo;
no llora en mísero duelo
la libertad que perdió.

Los campos ve que a su infancia
horas dieron de contento,
su oído halaga el acento
del país donde nació.

No gime ilustre cautivo
entre doradas cadenas,
que si bien de encanto llenas,
al cabo cadenas son.

Si acaso, triste lamenta,
en torno ve a sus amigos,
que, de su pena testigos,
consuelan su corazón.

La arrogante erguida palma
que en el desierto florece,
al viajero sombra ofrece,
descanso y grato manjar.

Y, aunque sola, allí es querida
del árabe errante y fiero,
que siempre va placentero
a su sombra a reposar.

Mas ¡ay triste! yo cautiva,
huérfana y sola suspiro,
el clima extraño respiro,
y amo a un extraño también.

No hallan mis ojos mi patria;
humo han sido mis amores;
nadie calma mis dolores
y en celos me siento arder.

¡Ah! ¿Llorar? ¿Llorar?... no puedo
ni ceder a mi tristura,
ni consuelo en mi amargura
podré jamás encontrar.

Supe amar como ninguna,
supe amar correspondida;
despreciada, aborrecida,
¿no sabré también odiar?

¡Adiós, patria! ¡adiós, amores!
La infeliz Zoraida ahora
sólo venganzas implora,
ya condenada a morir.

No soy ya del castellano
la sumisa enamorada:
soy la cautiva cansada
ya de dejarse oprimir.

CANTO A TERESA de José de Espronceda

DESCANSA EN PAZ

Bueno es el mundo, ¡bueno!, ¡bueno!, ¡bueno!
Como de Dios al fin obra maestra,
Por todas partes de delicias lleno,
De que Dios ama al hombre hermosa muestra;
Salga la voz alegre de mi seno
A celebrar esta vivienda nuestra:
¡Paz a los hombres!, ¡gloria en las alturas!
¡Cantad en vuestra jaula, criaturas!

¿Por qué volvéis a la memoria mía,
tristes recuerdos del placer perdido,
a aumentar la ansiedad y la agonía
de este desierto corazón herido?
¡Ay!, que de aquellas horas de alegría
le quedó al corazón sólo un gemido,
y el llanto que al dolor los ojos niegan
lágrimas son de hiel que el alma anegan.
¿Dónde volaron, ¡ay!, aquellas horas
de juventud, de amor y de Ventura,
regaladas de músicas sonoras,
adornadas de luz y de hermosura?
Imágenes de oro bullidoras,
sus alas de carmín y nieve pura,
al son de mi esperanza desplegando,
pasaban, ¡ay!, a mí alrededor cantando.
Gorjeaban los dulces ruiseñores,
el sol iluminaba mi alegría,
el aura susurraba entre las flores,
el bosque mansamente respondía,
las fuentes murmuraban sus amores...
¡Ilusiones que llora el alma mía!
¡Oh! ¡Cuán suave resonó en mi oído
el bullicio del mundo y su ruido!
Mi vida entonces, cual guerrera nave
que el puerto deja por la vez primera,
y al soplo de los céfiros suave
orgullosa despliega su bandera,
y al mar dejando que a sus pies alabe
su triunfo en roncos cantos, va, velera,
una ola tras otra, bramadora,
hollando y dividiendo vencedora.
¡Ay!, en el mar del mundo, en ansia ardiente
de amor volaba; el sol de la mañana
llevaba yo sobre mi tersa frente,
y el alma pura de su dicha ufana;
dentro de ella, el amor, cual rica fuente
que entre frescuras y arboledas mana,
brotaba entonces abundante río
de ilusiones y dulce desvarío.
Yo amaba todo: un noble sentimiento
exaltaba mi ánimo y sentía
en mi pecho un secreto movimiento,
de grandes hechos generoso gula;
la libertad, con su inmortal aliento,
santa diosa, mi espíritu encendía,
continuo imaginando en mi fe pura
sueños de gloria al mundo y de ventura.
El puñal de Catón, la adusta frente
del noble Bruto, la constancia fiera
y el arrojo de Scévola valiente,
la doctrina de Sócrates severa,
la voz atronadora y elocuente
del orador de Atenas, la bandera
contra el tirano Macedonio alzando,
y al espantado pueblo arrebatando;
el valor y la fe del caballero;
del trovador el arpa y los cantares:
del gótico castillo el altanero
antiguo torreón, do sus pesares
cantó tal vez con eco lastimero,
¡ay!, arrancada de sus patrios lares,
joven cautiva al rayo de la luna,
lamentando su ausencia y su fortuna;
el dulce anhelo del amor que aguarda,
tal vez inquieto y con mortal recelo;
la forma bella que cruzó gallarda,
allá en la noche, entre medroso velo;
la ansiada cita que en llegar se tarda
al impaciente y amoroso anhelo,
la mujer y la voz de su dulzura,
que inspira al alma celestial ternura...
A un tiempo mismo en rápida tormenta
mi alma alborotaban de continuo,
cual las olas que azota con violenta
cólera impetuoso torbellino;
soñaba el héroe ya, la plebe atenta
en mi voz escuchaba su destino;
ya el caballero, al trovador soñaba,
y de gloria y de amores suspiraba.
Hay una voz secreta, un dulce canto,
que el alma sólo, recogida, entiende,
un sentimiento misterioso y santo,
que del barro al espíritu desprende;
agreste, vago y solitario encanto
que en inefable amor el alma enciende,
volando tras la imagen peregrina
el corazón de su ilusión divina.
Yo, desterrado en extranjera playa,
con los ojos extáticos Seguía
la nave audaz que en argentada raya
volaba al puerto de la patria mía;
yo, cuando en Occidente el sol desmaya,
solo y perdido en la arboleda umbría,
oír pensaba y armonioso acento
de una mujer al suspirar del viento.
¡Una mujer! En el templado rayo
de la mágica luna se cobra,
del sol poniente al lánguido desmayo,
lejos entre las nubes se evapora;
sobre las cumbres que florece mayo,
brilla fugaz al despuntar la aurora,
cruza tal vez por entre el bosque umbrío,
juega en las aguas del sereno río.
¡Una mujer! Deslizase en el cielo,
allá en la noche desprendida estrella.
Si aroma el aire recogió en el suelo,
es el aroma que le presta ella.
Blanca es la nube que en callado vuelo
cruza la esfera, y que su planta huella,
y en la tarde la mar olas le ofrece
de plata y de zafir, donde se mece.
Mujer que amor en su ilusión figura,
mujer que nada dice a los sentidos,
ensueño de suavísima ternura
eco que regaló nuestros oídos;
de amor la llama generosa y pura
los goces dulces del amor cumplidos
que engalana la rica fantasía,
goces que avaro el corazón ansía.
¡Ay!, aquélla mujer, tan sólo aquélla,
tanto delirio a realizar alcanza,
y esa mujer, tan cándida y tan bella,
es mentida ilusión de la esperanza;
es el alma que vívida destella
su luz al mundo cuando en él se lanza,
y el mundo con su magia y galanura,
es espejo no más de su hermosura.
Es el amor que al mismo amor adora,
el que creó las sílfides y ondinas,
la sacra ninfa que bordando mora
debajo de las aguas cristalinas;
es el amor, que, recordando, llora
las arboledas del Edén divinas;
amor de allí arrancado, allí nacido,
que busca en vano aquí su bien perdido.
¡Oh llama santa! ¡Celestial anhelo!
¡Sentimiento purísimo! ¡Memoria
acaso triste de un perdido cielo,
quizá esperanza de futura gloria!
¡Huyes y dejas llanto y desconsuelo!
¡Oh, qué mujer! ¡Qué imagen ilusoria
tan pura, tan feliz, tan placentera,
brindó el amor a mi ilusión primera...!
¡Oh, Teresa! ¡Oh dolor! Lágrimas mías,
¡ah!, ¿dónde estáis, que no corréis a mares?
¿Por qué, por qué como en mejores días
no consoláis vosotras mis pesares?
¡Oh!, los que no sabéis las agonías
de un corazón que penas a millares,
¡ay!, desgarraron y que ya no llora,
¡piedad tened de mi tormento ahora!
¡Oh, dichosos mil veces, si, dichosos
los que podéis llorar! y, ¡ay, sin ventura
de mí, que entre suspiros angustiosos
ahogar me siento en infernal tortura!
¡Retuércese entre nudos dolorosos
mi corazón, gimiendo de amargura!
También tu corazón, hecho pavesa,
¡ay! llegó a no llorar, ¡pobre Teresa!
¿Quién pensara jamás, Teresa mía,
que fuera eterno manantial de llanto
tanto inocente amor, tanta alegría,
tantas delicias y delirio tanto?
¿Quién pensara jamás llegase un día
en que perdido el celestial encanto
y caída la venda de los ojos,
cuanto diera placer causara enojos?
Aún parece, Teresa, que te veo
aérea como dorada mariposa,
ensueño delicioso del deseo,
sobre tallo gentil temprana rosa,
del amor venturoso devaneo,
angélica, purísima y dichosa,
y oigo tu voz dulcísima, y respiro
tu aliento perfumado en tu suspiro.
Y aún miro aquellos ojos que robaron
a los cielos su azul, y las rosadas
tintas sobre la nieve, que envidiaron
las de mayo serenas alboradas;
y aquellas horas dulces que pasaron
tan breves, ¡ay!, como después lloradas,
horas de confianza y de delicias,
de abandono y de amor y de caricias.
Que así las horas rápidas pasaban,
y pasaba a la par nuestra ventura;
y nunca nuestras ansias las contaban,
tú embriagada en mi amor, yo en tu hermosura.
Las horas, ¡ay!, huyendo nos miraban,
llanto tal vez vertiendo de ternura;
que nuestro amor y juventud veían,
y temblaban las horas que vendrían.
Y llegaron, en fin; ¡oh!, ¿quién, impío
¡ay!, agostó la flor de tu pureza?
Tú fuiste un tiempo cristalino río,
manantial de purísima limpieza;
después torrente de color sombrío,
rompiendo entre peñascos y maleza,
y estanque, en fin, de aguas corrompidas,
entre fétido fango detenidas.
¿Cómo caíste despeñado al suelo,
astro de la mañana luminoso?
Ángel de luz, ¿quién te arrojó del cielo
a este valle de lágrimas odioso?
Aún cercaba tu frente el blanco velo
del serafín, y en ondas fulguroso
rayos al mundo tu esplendor vertía,
y otro cielo el amor te prometía.
Mas, ¡ay!, que es la mujer ángel caído
o mujer nada más y lodo inmundo,
hermoso ser para llorar nacido,
o vivir como autómata en el mundo.
Sí, que el demonio en el Edén perdido
abrasara con fuego del profundo
la primera mujer, y, ¡ay!, aquel fuego
la herencia ha sido de sus hijos luego.
Brota en el cielo del amor la fuente,
que a fecundar el universo mana,
y en la tierra su límpida corriente
sus márgenes con flores engalana;
mas, ¡ay!, huid; el corazón ardiente,
que el agua clara por beber se afana,
lágrimas verterá de duelo eterno,
que su raudal lo envenenó el infierno.
Huid, si no queréis que llegue un día
en que, enredado en retorcidos lazos
el corazón, con bárbara porfía
luchéis por arrancároslo a pedazos;
en que al cielo en histérica agonía
frenéticos alcéis entrambos brazos,
para en vuestra impotencia maldecirle
y escupiros, tal vez, al escupirle.
Los años, ¡ay!, de la ilusión pasaron;
las dulces esperanzas que trajeron
con sus blancos ensueños se llevaron
y el porvenir de oscuridad vistieron;
las rosas del amor se marchitaron,
las flores en abrojos convirtieron,
y de afán tanto y tan soñada gloria
sólo quedó una tumba, una memoria.
¡Pobre Teresa! ¡Al recordarte siento
un pesar tan intenso...! Embarga impío
mi quebrantada voz mi sentimiento,
y suspira tu nombre el labio mío;
para allí su carrera el pensamiento,
hiela mi corazón punzante frío,
ante mis ojos la funesta losa
donde, vil polvo, tu beldad reposa.
¡Y tú, feliz, que hallaste en la muerte
sombra a que descansar en tu camino,
cuando llegabas, mísera, a perderte
y era llorar tu único destino,
cuando en tu frente la implacable suerte
grababa de los réprobos el sino!
Feliz, la muerte te arrancó del suelo,
y, otra vez ángel, te volviste al cielo.
Roída de recuerdos de amargura,
árido el corazón, sin ilusiones,
la delicada flor de tu hermosura
ajaron del dolor los aquilones;
sola, y envilecida, y sin ventura,
tu corazón sacaron las pasiones;
tus hijos, ¡ay!, de ti se avergonzaran,
y hasta el nombre de madre te negaran.
Los ojos escaldados de tu llanto,
tu rostro cadavérico y hundido;
único desahogo en tu quebranto,
el histérico ¡ay! de tu gemido;
¿quién, quién pudiera en infortunio tanto
envolver tu desdicha en el olvido,
disipar tu dolor y recogerte
en su seno de paz? ¡Sólo la muerte!
¡Y tan joven, y ya tan desgraciada!
Espíritu indomable, alma violenta,
en ti, mezquina sociedad, lanzada
a romper tus barreras turbulenta.
Nave contra las rocas quebrantada,
allá vaga, a merced de la tormenta,
en las olas tal vez náufraga tabla,
que sólo ya de sus grandezas habla.
Un recuerdo de amor que nunca muere
y está en mi corazón; un lastimero
tierno quejido que en el alma hiere,
eco suave de su amor primero;
¡ay!, de tu luz, en tanto yo viviere,
quedará un rayo en mí, blanco lucero,
que iluminaste con tu luz querida
la dorada mañana de mi vida.
Que yo, como una flor que en la mañana
abre su cáliz al naciente día,
¡ ay!, al amor abrí tu alma temprana
y exalté tu inocente fantasía,
yo inocente también, ¡oh!, cuán ufana
al porvenir mi mente sonreía,
y en alas de mi amor, ¡con cuánto anhelo
pensé contigo remontarme al cielo!
Y alegre, audaz, ansioso, enamorado,
en tus brazos en lánguido abandono,
de glorias y deleites rodeado
levantar para ti soñé yo un trono;
y allí, tú venturosa y yo a tu lado
vencer del mundo el implacable encono,
y en un tiempo, sin horas ni medida,
ver como un sueño resbalar la vida.
¡Pobre Teresa! Cuando ya tus ojos
áridos ni una lágrima brotaban;
cuando ya su color tus labios rojos
en cárdenos matices se cambiaban;
cuando de tu dolor tristes despojos
la vida y su ilusión te abandonaban,
y consumía lenta calentura
tu corazón al par que tu amargura;
si en tu penosa y última agonía
volviste a lo pasado el pensamiento;
si comparaste a tu existencia un día
tu triste soledad y tu aislamiento;
si arrojó a tu dolor tu fantasía
tus hijos, ¡ay!, ¿n tu postrer momento
a otra mujer tal vez acariciando,
madre tal vez a otra mujer llamando;
si el cuadro de tus breves glorias viste
pasar como fantástica quimera,
y si la voz de tu conciencia oíste
dentro de ti gritándote severa;
si, en fin, entonces tú llorar quisiste
y no brotó una lágrima siquiera
tu seco corazón, y a Dios llamaste,
y no te escuchó Dios y blasfemaste;
¡oh!, ¡cruel!, ¡muy cruel!, ¡martirio horrendo!
¡espantosa expiación de tu pecado!
¡Sobre un lecho de espinas maldiciendo,
morir, el corazón desesperado!
Tus mismas manos de dolor mordiendo,
presente a tu conciencia lo pasado,
buscando en vano, con los ojos fijos
y extendiendo tus brazos, a tus hijos.
¡Oh!, ¡cruel!, ¡muy cruel!... ¡Ay! Yo, entretanto,
dentro del pecho mi dolor oculto,
enjugo de mis párpados el llanto
y doy al mundo el exigido culto;
yo escondo con vergüenza mi quebranto,
mi propia pena con mi risa insulto,
y me divierto en arrancar del pecho
mi mismo corazón, pedazos hecho.
Gocemos, si; la cristalina esfera
gira bañada en luz: ¡bella es la vida!
¿Quién a parar alcanza la carrera
del mundo hermoso que al placer convida?
Brilla radiante el sol, la primavera
los campos pinta en la estación florida;
truéquese en risa mi dolor profundo...
Que haya un cadáver más, ¿qué importa al mundo?

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